Golpe bajo

Quienes me conocen como lector, saben que, dentro de los muchos formatos de la literatura, para mí el cuento es el que reina en mi corazón. Un poema sirve para conquistar o dar consuelo, eso va desde Neruda hasta Machado, sin embargo, para que funcione lo debes saber de memoria. Una novela guarda la majestuosidad de una catedral antigua, por supuesto, hablo de las de Víctor Hugo o Dostoievski, pero, ¿quién carga a cuestas con una catedral para poderla contar? En cambio, un cuento es un cuento y el simple hecho de escuchar uno, nos alegra el alma, ya sea en un bar, una reunión o hasta un funeral. Porque los buenos cuentos se parecen a las canciones: son de quien los cuenta o las canta. Por ejemplo, Blancanieves siempre funcionará, sin importar quien la cuente, desde que no olvides mencionar que hay una bruja malvada, un espejo mágico, una princesa fugitiva y siete enanos en un bosque.

Un cuento son los hechos, lo que sucede, lo que pasa.

Por eso amo los cuentos, desde Maupassant y Chejov hasta Twain y Poe, pasando por Cortázar, Stephen King, García Márquez, RR Martin y Borges. Yendo un poco más lejos, todos somos hijos de los cuentos, porque somos el producto de muchas narrativas: la historia de tu país y si, por casualidad, es Colombia, vaya que es toda una narrativa bien particular; la religión que profesas con los cielos que te han prometido y los infiernos con los que te amenazan, no dudes que ese es el mejor guión del mundo; el partido político en que confías, por el que sales a votar y por el que terminas odiando hasta a quien fue tu buen vecino, es tal vez la peor narrativa jamás escrita; el sistema económico y bancario al que entregas sin parpadear todos tus ahorros, es la narrativa más vieja del planeta. Pero también está la narrativa de tus padres, donde alguno primero tuvo que enamorar a otro para engendrarte: en ese apasionado relato –en el cual ningún hijo decente quisiera pensar– también tienes un rol. Y luego, están las tuyas: los amores a los que dedicaste tus insomnios de juventud, los enemigos que a lo mejor ya ni te recuerdan y los compañeros de oficina que ya te borraron del celular.

Como diría Shakespeare: «el mundo es un teatro».

De acuerdo, William, lo malo es cuando no eres el actor principal de la gran obra de tu vida y terminas convirtiéndote en el secundario, el terciario o peor aún, un simple espectador.

Por eso he escrito este libro para ti:

Para mostrarte lo bellamente absurda que es la existencia, para hacerte reír, llorar o enfurecerte –por supuesto, espero no conmigo–, porque no hay un solo día que no tenga su drama, su comedia y su momento de ridiculez.

Aquí está tu vida: las decisiones que tomas, las que dejas pasar y las que el mundo toma por ti. Aquí encontrarás el amor, la muerte, el miedo, el drama, la guerra, la historia, las epidemias, la locura y por supuesto, los fantasmas y los zombis, porque, ¿qué sería de la vida sin ellos, si es en lo que habremos de convertirnos después de la muerte?

Mejor calienta un café, destapa una cerveza o sirve un vino, ponte los guantes y déjame darte la bienvenida al ring de GOLPE BAJO, para una ronda de 21 golpes seguidos.

Luis A. Suescún